Iván
Por: Aleyda Gutiérrez Guerrero
Parte I
Ante el miedo, lágrimas de angustia corren por mis mejillas. Rezar un accidentado rosario para encomendarme a Dios es una opción, pero casi no me salen las palabras, siento terror.
Es la 1:30 de la madrugada y estoy en el refugio con el resto de los habitantes, todos temblamos. Afuera se escucha el viento, la lluvia, el choque del acero de la pared del lugar, que parece estar próximo a desprenderse.
Cada hora la lluvia, pero sobre todo el viento, es mucho más fuerte, intento junto con Clara distraerme un poco, pero absolutamente nada nos quita los nervios, los cuales casi nos llevan al shock a media noche, ya que aparte de los truenos y el crujir de los árboles al caerse, el viento emite un sonido espantoso, han sido las dos horas más largas del tiempo que llevo en Alabama.
Otro de mis temores es que las enormes lámparas que cuelgan de la bodega se caigan, se balancean como piñatas y quedan justo debajo de las camas, así que optamos por moverlas de lugar.
¡Ay!, qué es eso. Afuera se escucha el desprendimiento de una lámina que recubre la construcción que me sirve de guarida. La bodega está construida de una capa de acero, una de poliuretano y otra más de lámina, que es la que supongo se está desprendiendo en el exterior cual hoja de papel, suena horrible.
Estamos alrededor de 20 personas en este congelador de camarón, hay campo suficiente pues mide como 50 metros de largo. La ventaja de estar en esta bodega es que en una esquina tiene funcionando un freezer más pequeño, ahí pudimos poner los alimentos que necesitaban estar fríos. Hay agua para los baños y luz, servicio del cual carece para esta hora el resto de la ciudad.
Desde mi improvisada cama, acondicionada con maderas a las que aquí en la bodega llaman paletas, las cuales sirvieron como bases para colchones individuales, me vienen a la mente recuerdos con mi familia, cosas bonitas y aunque intente no pensar en lo que pasa afuera los ruidos y la información previa que tenemos no me dejan olvidarme del huracán.
Iván no hace concesiones y Mobile queda justo en su trayecto, y todos los que estamos aquí lo sabemos, por eso estamos tan asustados.
Nos enteramos por las noticias que en Cuba el huracán generó una de las mayores evacuaciones en la historia de la isla, donde 1.3 millones de personas debieron movilizarse a territorios más altos; en México causó inundaciones en Yucatán y en su paso por el Caribe cortó la electricidad, derribó árboles e inundó gran parte de las Islas Caimán. También destrozó Trinidad y Tobago, Granada, Barbados, St. Lucía, St. Vincent y las Granadinas, Jamaica y las Islas Caimán. Así que nos enfrentamos a un fenómeno natural muy poderoso.
Olas gigantescas, lluvias torrenciales y fuertes vientos no eran los únicos peligros. Al menos dos personas murieron en el noroeste de Florida cuando alrededor de cinco tornados provocaron daños o destruyeron hasta 70 edificios, al menos eso dijo la policía.
No somos los únicos refugiados, miles de personas dejaron sus hogares, atascando las carreteras al huir. Aquí en Mobile, Alabama, una ciudad de 200,000 habitantes, el propio alcalde Mike Dow reconoció que había insistido a su familia que dejara la zona.
Por todo esto estoy rezando, tengo miedo.
Continuará.....
Parte I
Ante el miedo, lágrimas de angustia corren por mis mejillas. Rezar un accidentado rosario para encomendarme a Dios es una opción, pero casi no me salen las palabras, siento terror.
Es la 1:30 de la madrugada y estoy en el refugio con el resto de los habitantes, todos temblamos. Afuera se escucha el viento, la lluvia, el choque del acero de la pared del lugar, que parece estar próximo a desprenderse.
Cada hora la lluvia, pero sobre todo el viento, es mucho más fuerte, intento junto con Clara distraerme un poco, pero absolutamente nada nos quita los nervios, los cuales casi nos llevan al shock a media noche, ya que aparte de los truenos y el crujir de los árboles al caerse, el viento emite un sonido espantoso, han sido las dos horas más largas del tiempo que llevo en Alabama.
Otro de mis temores es que las enormes lámparas que cuelgan de la bodega se caigan, se balancean como piñatas y quedan justo debajo de las camas, así que optamos por moverlas de lugar.
¡Ay!, qué es eso. Afuera se escucha el desprendimiento de una lámina que recubre la construcción que me sirve de guarida. La bodega está construida de una capa de acero, una de poliuretano y otra más de lámina, que es la que supongo se está desprendiendo en el exterior cual hoja de papel, suena horrible.
Estamos alrededor de 20 personas en este congelador de camarón, hay campo suficiente pues mide como 50 metros de largo. La ventaja de estar en esta bodega es que en una esquina tiene funcionando un freezer más pequeño, ahí pudimos poner los alimentos que necesitaban estar fríos. Hay agua para los baños y luz, servicio del cual carece para esta hora el resto de la ciudad.
Desde mi improvisada cama, acondicionada con maderas a las que aquí en la bodega llaman paletas, las cuales sirvieron como bases para colchones individuales, me vienen a la mente recuerdos con mi familia, cosas bonitas y aunque intente no pensar en lo que pasa afuera los ruidos y la información previa que tenemos no me dejan olvidarme del huracán.
Iván no hace concesiones y Mobile queda justo en su trayecto, y todos los que estamos aquí lo sabemos, por eso estamos tan asustados.
Nos enteramos por las noticias que en Cuba el huracán generó una de las mayores evacuaciones en la historia de la isla, donde 1.3 millones de personas debieron movilizarse a territorios más altos; en México causó inundaciones en Yucatán y en su paso por el Caribe cortó la electricidad, derribó árboles e inundó gran parte de las Islas Caimán. También destrozó Trinidad y Tobago, Granada, Barbados, St. Lucía, St. Vincent y las Granadinas, Jamaica y las Islas Caimán. Así que nos enfrentamos a un fenómeno natural muy poderoso.
Olas gigantescas, lluvias torrenciales y fuertes vientos no eran los únicos peligros. Al menos dos personas murieron en el noroeste de Florida cuando alrededor de cinco tornados provocaron daños o destruyeron hasta 70 edificios, al menos eso dijo la policía.
No somos los únicos refugiados, miles de personas dejaron sus hogares, atascando las carreteras al huir. Aquí en Mobile, Alabama, una ciudad de 200,000 habitantes, el propio alcalde Mike Dow reconoció que había insistido a su familia que dejara la zona.
Por todo esto estoy rezando, tengo miedo.
Continuará.....
1 comentario
Joaquín -
Felicidades, cada día valoró más tu talento y sensibilidad.
Seguro más de uno se quedó picado.