Elegida por Dios
Hay un texto que me marca la vida en un antes y un después, a pesar de que ya tenía una niña muy hermosa llamada Andrea, la llegada de Santiago me inspiró a escribir lo siguiente, no sé si sea bueno, no sé si sea malo, lo que sí es cierto es que me salió del corazón:
Elegida por Dios
Duérmete niño, duérmete ya... canta María a Emiliano para poder dormirlo, él la mira con esos ojos que parecen unas enormes canicas negras, y se deja acurrucar, se amolda a su cuerpo como si siempre hubiesen estado así unidos, su cabeza sobre su brazo descansa y recibe de su madre la bendición nocturna.
Aún cuando cierra los ojos ella se queda contemplándolo por largos momentos, hasta que también se le duerme su extremidad superior y cae en cuenta que ya es hora de acostarlo en su lugar.
Cuando María lo recibió aquella mañana del 23 de agosto en que nació, comprendió que estarían unidos para siempre puesto que él venía llorando sin cesar y se calmó sólo hasta que lo recostaron en su pecho y el pequeño escuchó los latidos de ese corazón con el que estaba tan familiarizado.
Fue una cesárea programada para las siete de la mañana, así que con tiempo supo que ese sería el gran día de poder conocer al niño de quien había visto su silueta sólo en las ecografías y donde quedó demostrado claramente que sería un varón.
En la sala de operaciones todos fueron muy amables, incluso le dieron a elegir a la futura mamá la música con la que quería traer a su bebé al mundo. El doctor hizo su labor con gran destreza y después de varios minutos se escuchó el llanto, y mientras los médicos y enfermeras hacían lo propio para cerrar el vientre de la madre, ella observaba con los ojos llenos de lágrimas, cómo limpiaban, medían y pesaban a su hijo.
¡4 kilos 650 gramos!, exclamó el médico asombrado, lo que hizo que María sonriera y pensara para sí que había tenido un bebé grande y hermoso.
Todos en la familia estaban encantados con el chiquito recién llegado, el padre, la madre y la hermana mayor emocionados lo cuidaban y atendían, el amor y unión se hacía más patente con la llegada del pequeño.
Un poco duro fue al transcurrir dos años recibir la noticia de que algo en su cerebro no estaba bien, su conducta reflejaba poca interrelación con sus compañeros en la estancia infantil y su escaso lenguaje preocupaba a los que lo atendían, así como a María y su esposo Diego.
Diciembre y enero fueron de gran incertidumbre, había algo mal, pero no se sabía exactamente qué era lo que pasaba a Emiliano, y al fin tras un electroencefalograma, un mapeo cerebral y un estudio de potenciales evocados auditivos el diagnóstico fue Trastornos en el neurodesarrollo.
Para este tiempo la familia ya había asimilado que Emiliano necesitaría una atención especial y se avocaron a buscarle un centro que reuniera las características para poder brindarle ayuda al pequeño.
María pensaba al verlo dormido, es increíble si se ve tan bien, y agradeció a Dios que el niño tuviera una esperanza de rehabilitarse con estimulación neurológica, sin embargo sólo el tiempo diría hasta dónde podría llegar.
Al ver a los compañeros del centro de rehabilitación del pequeño una gran ternura invadió a María, eran chiquitos especiales que había elegido Dios para sus madres, algunas lo tomaban con resignación y otras con valentía, María en su interior sabía que ella pertenecía al segundo grupo y se juró que no descansaría hasta ver a su hijo crecer y jugar como cualquier otro niño, porque Emiliano tenía la ventaja de ver, oír, correr y hacer lo que cualquier pequeño hace en un parque de diversiones, el reto era encaminar sus aptitudes y lograr su desarrollo neurológico.
El panorama es alentador, pero es una gran responsabilidad ahora poner todo el tiempo y esfuerzo necesario para que Emiliano crezca y se adapte a una sociedad que lo está esperando, y sobre todo, que a pesar de cualquier circunstancia sigue siendo el niño chiquito y consentido al que María y su familia adoran.
Elegida por Dios
Duérmete niño, duérmete ya... canta María a Emiliano para poder dormirlo, él la mira con esos ojos que parecen unas enormes canicas negras, y se deja acurrucar, se amolda a su cuerpo como si siempre hubiesen estado así unidos, su cabeza sobre su brazo descansa y recibe de su madre la bendición nocturna.
Aún cuando cierra los ojos ella se queda contemplándolo por largos momentos, hasta que también se le duerme su extremidad superior y cae en cuenta que ya es hora de acostarlo en su lugar.
Cuando María lo recibió aquella mañana del 23 de agosto en que nació, comprendió que estarían unidos para siempre puesto que él venía llorando sin cesar y se calmó sólo hasta que lo recostaron en su pecho y el pequeño escuchó los latidos de ese corazón con el que estaba tan familiarizado.
Fue una cesárea programada para las siete de la mañana, así que con tiempo supo que ese sería el gran día de poder conocer al niño de quien había visto su silueta sólo en las ecografías y donde quedó demostrado claramente que sería un varón.
En la sala de operaciones todos fueron muy amables, incluso le dieron a elegir a la futura mamá la música con la que quería traer a su bebé al mundo. El doctor hizo su labor con gran destreza y después de varios minutos se escuchó el llanto, y mientras los médicos y enfermeras hacían lo propio para cerrar el vientre de la madre, ella observaba con los ojos llenos de lágrimas, cómo limpiaban, medían y pesaban a su hijo.
¡4 kilos 650 gramos!, exclamó el médico asombrado, lo que hizo que María sonriera y pensara para sí que había tenido un bebé grande y hermoso.
Todos en la familia estaban encantados con el chiquito recién llegado, el padre, la madre y la hermana mayor emocionados lo cuidaban y atendían, el amor y unión se hacía más patente con la llegada del pequeño.
Un poco duro fue al transcurrir dos años recibir la noticia de que algo en su cerebro no estaba bien, su conducta reflejaba poca interrelación con sus compañeros en la estancia infantil y su escaso lenguaje preocupaba a los que lo atendían, así como a María y su esposo Diego.
Diciembre y enero fueron de gran incertidumbre, había algo mal, pero no se sabía exactamente qué era lo que pasaba a Emiliano, y al fin tras un electroencefalograma, un mapeo cerebral y un estudio de potenciales evocados auditivos el diagnóstico fue Trastornos en el neurodesarrollo.
Para este tiempo la familia ya había asimilado que Emiliano necesitaría una atención especial y se avocaron a buscarle un centro que reuniera las características para poder brindarle ayuda al pequeño.
María pensaba al verlo dormido, es increíble si se ve tan bien, y agradeció a Dios que el niño tuviera una esperanza de rehabilitarse con estimulación neurológica, sin embargo sólo el tiempo diría hasta dónde podría llegar.
Al ver a los compañeros del centro de rehabilitación del pequeño una gran ternura invadió a María, eran chiquitos especiales que había elegido Dios para sus madres, algunas lo tomaban con resignación y otras con valentía, María en su interior sabía que ella pertenecía al segundo grupo y se juró que no descansaría hasta ver a su hijo crecer y jugar como cualquier otro niño, porque Emiliano tenía la ventaja de ver, oír, correr y hacer lo que cualquier pequeño hace en un parque de diversiones, el reto era encaminar sus aptitudes y lograr su desarrollo neurológico.
El panorama es alentador, pero es una gran responsabilidad ahora poner todo el tiempo y esfuerzo necesario para que Emiliano crezca y se adapte a una sociedad que lo está esperando, y sobre todo, que a pesar de cualquier circunstancia sigue siendo el niño chiquito y consentido al que María y su familia adoran.
2 comentarios
Hilda -
He visto tu dedicación y también la de Joaquín, así que pienso que son unos excelentes padres y que aún les espera pasar por algunas otras cosas, tal vez difíciles pero sabrán sorterarlas, y claro, deben venir momentos muy buenos también.
Cornelio Montaño -